
Uno no se da cuenta de lo importantes que son las impresoras hasta que las necesita. Y no hablamos solo de ese momento clásico de emergencia en la oficina o el apuro de última hora para entregar un trabajo escolar. Hablamos también del día a día: imprimir una receta médica, una guía de viaje, una boleta para trámites, un dibujo para colorear con los niños. La impresora dejó de ser un lujo tecnológico para convertirse en una especie de electrodoméstico de uso táctico.
Claro, no todas las impresoras son iguales, ni todas las personas las usan de la misma manera. Para algunos, es solo una herramienta funcional. Para otros, un aliado creativo. Y luego está ese grupo, cada vez más grande, que no sabe exactamente qué necesita, pero tiene claro que quiere algo que funcione sin dolores de cabeza.
Lo que nadie dice sobre tener una impresora en casa
Sí, hay una conversación aburrida sobre cartuchos, tipos de tinta, velocidades de impresión. Está bien, es parte del paquete. Pero hay otro lado, más interesante: el tipo de relación que uno desarrolla con una impresora cuando realmente la incorpora a su rutina. La diferencia entre tener una impresora arrumada en un rincón y tener una que de verdad se usa está en la experiencia.
Es curioso cómo una buena o mala impresora puede cambiar tu percepción de lo que significa «hacer las cosas desde casa». Una que se conecta rápido al Wi-Fi, imprime sin sorpresas y no te deja tirado con errores indescifrables, se convierte en un pequeño placer doméstico. En cambio, una que falla justo cuando más la necesitas se vuelve un enemigo íntimo.
¿Impresión doméstica o centro de soluciones?
Hay quienes han convertido su impresora en su propio centro de producción personal. Pequeñas oficinas caseras que dependen de ella para facturas, reportes o etiquetas de envío. Padres y madres que descubren en las impresoras una aliada educativa para sus hijos. Emprendedores que arman catálogos caseros o stickers personalizados. Y también, por qué no decirlo, estudiantes que imprimen textos para subrayar con la libertad de quien no quiere leer en pantalla.
En todos los casos, la elección de una impresora adecuada cambia el juego. Algunas marcas ya entendieron que no se trata solo de vender un aparato, sino de ofrecer una experiencia sin fricciones: desde el momento de instalarla, hasta el día en que necesitas reemplazar la tinta sin sentir que estás comprando oro líquido.
Las impresoras también son parte del negocio

Más allá del hogar, hay un universo de pequeños negocios que dependen de una impresora para funcionar día a día. Desde un taller de diseño que imprime pruebas de color, hasta una tienda que necesita etiquetar productos o emitir comprobantes físicos. En estos casos, la impresora ya no es solo un accesorio útil: es parte del proceso productivo.
Y ahí el criterio cambia. Se busca velocidad, eficiencia, bajo costo por página, y una durabilidad que no siempre se exige en el uso doméstico. Algunas marcas ofrecen modelos orientados justamente a este perfil: multifuncionales robustas, con tanques de tinta de alto rendimiento o impresoras láser capaces de imprimir cientos de páginas sin pestañear.
Para quien emprende, la impresora se convierte en una inversión más. Y como toda herramienta de trabajo, vale la pena elegirla con la misma seriedad con la que se escoge un proveedor o una máquina de punto de venta.
Elegir no es tan simple (pero tampoco es tan difícil)
No necesitas saber de impresoras para saber qué esperas de una. Lo esencial suele reducirse a pocas cosas: que funcione bien, que no sea una ruina mantenerla, que sea compatible con tus dispositivos y, si se puede pedir un poco más, que tenga escáner o imprima a color sin dejarte en bancarrota. La buena noticia es que hoy hay opciones para cada perfil, desde modelos minimalistas y eficientes, hasta multifuncionales con personalidad de oficina.
Y aunque a veces el mercado de impresoras parece un mar de siglas técnicas (láser, inyección, térmica, monocromo…), lo cierto es que hay formas sencillas de navegarlo. El truco está en no irse por el primer impulso, ni por la más barata, ni por la más sofisticada. Preguntarse para qué la vas a usar es mejor brújula que cualquier listado de especificaciones.